¿Quién no ha ido nunca de compras con su madre? Es una experiencia que toda hija ha vivido alguna vez (y muchas) en su vida y en la que se repiten las mismas situaciones cada vez… En mi caso, recuerdo cuando íbamos de compras a principio de curso escolar mi hermano y yo. Nosotros tendríamos 8 y 12 años respectivamente. Zara hacía sus pinitos en la capital y mi madre ya era adicta a ella (qué paradoja, ahora me dice que yo tengo vicio!!).
Primero nos compraba nuestra ropa, que debía durar al menos toda la temporada sin romperse o mancharse de cosas extrañas como pintura o sucedáneos. En una hora nos apañaba a los dos. Y luego pasábamos a la segunda fase, donde ella se probaba mil modelitos y nosotros aguantábamos su momentazo, sujetándole las mil bolsas de compras, llevándole las tallas adecuadas al probador y esperando pacientemente (¡esto sí que es un chiste!) sentados en cualquier rincón, escalón, silla o rinconcito de la tienda que pareciese medianamente confortable. Al final de la mañana, para recompensarnos, comíamos en algún restaurante de comida basura donde siempre regalaban el juguete-chorrada de la temporada. Pero esto tenía truco… Una vez conseguido el “regalito”, mi madre continuaba su día de Shopping por la city, y seguía mirando tiendas y probándose ropa con sus “pequeños personal shoppers” a su alrededor, que la miraban ya cansados de seguirla pese a que tuviésemos el juguete con el que nos habíamos cansado ya de tanto jugar y esperar…
Cuando no podíamos más, mi hermano pequeño solía enfadarse y protestar hasta que mi madre despertaba del sueño de Cenicienta y decidía que ya era hora de volver a nuestra comarca con los hobbits para descansar y ver a nuestro padre, que a sabiendas del momentazo Shopping de mi madre, había decidido no acompañarnos y quedarse en casa tranquilamente.
Pues bien, a mis 31 años, el sábado pasado volví a vivir esa experiencia de nuevo… Y noté que ¡no ha cambiado tanto el cuento! Por supuesto, fuimos con mi coche hasta uno de esos centros comerciales que tanto gustan a las madres. Nuestro objetivo era probar la experiencia Primark. En cuanto entramos a la tienda, nos volvimos locas con tanto complemento, tanta gente y tanto escándalo. Habíamos llegado a territorio comanche. Empecé a experimentar de nuevo el momentazo Shopping de mi progenitora como cuando tenía 12 años. Ella se movía por todos los pasillos a una velocidad digna de una corredora de fondo, mirando, tocando y cogiendo cosas sin parar, mientras yo la seguía dignamente. No sé cómo ocurrió y cómo se las apañó, pero de repente me dí cuenta de que ¡¡¡yo (una vez más) llevaba la bolsa donde ella echaba artículos sin parar!!! (Debo decir que al menos un 50% de éstos eran para mí. Ella los cogía para mí y yo aceptaba “los regalitos” gustosamente, porque mi madre será cómo sea, pero es genial!!).
Cambiamos de establecimiento y la historia se repetía: ella se metía en el probador y yo le llevaba las tallas, los modelos distintos, etc… Y al final de la tarde me dí cuenta de que ella había conseguido su objetivo y yo no, ella se había comprado todo lo que tenía pensado y yo NO!!! Pero debo decir que fue muy divertido rememorar el momento y que ¡mi madre me compró todas las pijadas que quise! Así que, a pesar de todo… ¡¡¡ME ENCANTA IR DE COMPRAS CON MI MADRE!!!
Totalmente de acuerdo!! ir de compras con la madre de una es único...especial!! no hay nada igual!! Yo por desgracia es algo que no puedo vivir muy amenudo, pero la última vez fueron estas últimas rebajas y lo disfruté como una enana! Estaba muy activa y muy graciosa!! recordé la época de cria en la que nos íbamos todo el día por ahí, tienda tras tienda por la mañana, luego parábamos a comer en una bocatería en la que descubrimos los primeros bocadillos de cangrejo, luego si llovía o estaba muy cansada nos metíamos en el cine y, tras ésto, continuábamos la segunda etapa de shopping!! Finalizado ésto, y para reponer fuerzas,siempre caían las famosas y sabrosísimas lenguas de gato de chocolate!! Como he dicho...era y es algo único y especial!!!
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